jueves, 11 de agosto de 2011

La Mano

  Había visto muchas veces aquella hermosa mujer, siempre jugueteaba con ella en las tardes lluviosas de otoño, y mientras el viento lacerante soplaba en la calle, yo acariciaba con suavidad la mano, su mano.
Su piel era tan suave, pálida y aterciopelada, y me pasaba horas recorriendo las líneas de la palma o el contorno de las venas con la punta de mis dedos. En ocasiones la cubría totalmente, y la besaba, porque sabía que le gustaba, mis labios no dejaban de humedecer los estilizados dedos y toda la mano.
Era simplemente ella, y ahora mismo la recuerdo sentado en esta celda.

Me viene a la mente como si todavía la tuviera, y solo con recordar su piel, oh su piel , me estremezco, pero aquí no puedo pensar. Ya no sé que va a ser de mí, porque aunque estoy condenado a muerte ya estoy muerto, pues sin ella, no soy nada, y me diluyo coma el viento en la mañana. Como la lluvia en el desierto.
No soy nada. Si por algo más que un amor, otros como yo mataron, y destruyeron, y realizaron actos de increíble crueldad, ¿qué no haría yo por ella, por volver acariciarla, por volver a rozar su delgada y delicada mano?

Pero... ya lo hice, y por ello me pudro en esta oscuridad malsana.
Mi vida no tiene sentido, y escribo estas últimas palabras en la sucia pared de mi celda, como el incompleto testamento de un hombre enamorado. ¡Pero Dios!, te pregunto, ¿Es pecado amar a una mujer, y asesinar por tenerla?, Ya se acercan los carceleros y ya llega mi hora...me reuniré con la mujer a la que corté la mano y asesiné solo por amor...por su mano...la mano...

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