sábado, 13 de agosto de 2011

Matadero

       El  matadero es un lugar, donde se hacen  atrocidades con la carne.  Se rebana con brutalidad, y se da muerte a muchas almas. El matadero es el terror en sí.  Los niños caminan  hacia el matadero cuando saben que morirán. El matadero es donde  yacen  los más terribles miedos,  y la muerte misma. El matadero representa el dolor en todo el sentido de la palabra. Es el lugar donde  yace  el  sufrimiento,  y la realidad sobrepasa  a  la pesadilla. El matadero, es el fin de todo lo que conoces. Prepárate para encaminarte hacia el matadero, donde  todo culmina.


La noche era oscura y nublada. No se veían ni los astros ni las estrellas. A las afueras del campo, hace un  mes aproximadamente, se había alzado un  matadero. Pero los desagradables olores que surgían del edificio, pronto comenzaron a molestarle a la gente, quien inició protestas, hasta que el matadero fue cerrado. Y en los meses siguientes, comenzaron a aparecer extrañas historias, de desapariciones  de niños dentro del matadero abandonado. Grupos de jóvenes se internaban en el  lugar,  para quedarse hasta altas horas de la noche, o consumir drogas.  Pero no se les volvía a ver más,  por lo que la gente comenzó a creer que el  lugar estaba maldito. Y ya nadie se atrevía a entrar.

Recuerdo que caminaba por sobre la maleza, en los terrenos donde se ubicaba el matadero, cuando pasamos por el frente,  y mi grupo de amigos comenzaron a lanzarle piedras a las ventanas, tirándoles  abajo los  pocos  pedazos de vidrio que  les  quedaban.

Uno de ellos con  piedra en mano,  preguntó:
-¿Creen que de verdad el matadero está maldito?
-Pues ha habido desapariciones. Y eso está comprobado. Si  no está maldito, algo raro hay allí, respondió alguien. Una nueva piedra destrozó una de las últimas ventanas que quedaban.
-Debe ser  un lugar  asqueroso… Imagínense, carne descompuesta  por  todos  lugares.
-Pero también es un buen  lugar  para  pasar  desapercibido.  He oído  historias  que criminales se han escondido allí.
-¿Pero y de qué sirve si no salen  más del  lugar?
-Tienes razón.

De pronto, sentí una  inmensa  sed cuando  vi  a uno de los de mi grupo extraer  una botella de ron de su chaqueta. La destapó, y no tardé en pedirle que me alcanzara la botella, pero cuando  hizo esto, alguien  lo detuvo.
-Si quieres de esto, deberás  hacer  algo primero. Debes entrar al matadero.
-Vamos  no  bromees,  tengo bastante sed. Mi garganta está seca –respondí.
-¿Qué sucede? –Me  miró burlón- ¿Tienes miedo?
Le dirigí una mirada  de odio.
-Sabes muy bien, que no le temo a nada.
-¿Y si es así por qué no quieres ir?
Le arrebaté la botella de  un  manotazo. Sediento y furioso, la bebí en cuestión de segundos. Arrojé  lejos  la botella vacía, y me dirigí decidido hasta el edificio, mientras les decía:
-No se atrevan a venir  por  mí.  No le temo al matadero…
Distinguí como murmuraban  tras  mío. El ron había estado añejo, tal como me gustaba.

El lugar despedía un  olor  infernal. Me  tapé  las narices con la muñeca, mientras observaba  los alrededores.
 La forma en que mis amigos lo habían descrito, no estaba tan  lejos de la realidad. Había fétidos pedazos de carne descompuesta, en cantidad, esparcidos por las murallas. Las máquinas para desgarrar las carnes estaban sucias y manchadas en sangre, así como el suelo. Las sierras asesinas estaban detenidas, pero más afiladas que nunca. No había ni la más mínima luz, a excepción de la luz de la luna que entraba por la ventana.
 Recorrí el lugar a tientas varios minutos, hasta que en una esquina, distinguí unas velas depositadas en el suelo. Me incliné a recoger una, para iluminar mi camino, cuando distinguí unas cabezas de niños ensartadas en unos afilados palos. A pesar de mi eterna frialdad, no pude evitar sorprenderme. Para una persona normal, aquella imagen habría sido devastadora, le habría generado un trauma de por vida, sin duda. Iluminé los rostros de los niños con las velas. Estaban desfigurados, y la sangre de la herida en sus cuellos, donde el palo penetraba las carnes, estaba seca, como si hubieran sido mutilados hace un buen tiempo. Me alejé, escuchando gemidos y llantos de infantes. Supe de inmediato, que eran los espíritus de los niños que habían sido reducidos a cabezas decapitadas, los cuales sollozaban. Sin embargo, no temía. Recordaba un dicho que solía decir  la gente… “Témele más a los vivos que a los muertos” Muy cierto.

Llegué hasta un pasillo en la penumbra. Pero me abrí mi camino iluminando con la llama de la vela. Luego de avanzar varios metros, fueron apareciendo candelabros colgados a los muros, con varias velas sobre ellos. Tras mío, había oscuridad total. Estaba bien internado en el matadero, y si alguien aparecía tras mi espalda, no tenía por donde correr, debido a lo estrecho del pasillo. Pero a medida que continué avanzando, divisé una puerta a mi izquierda, color carmesí. La puerta me llevó a una habitación de aspecto ceremonial. Había un gran candelabro colgando del techo, cortinas sobre las murallas, y distintos cuadros abstractos de aspecto perturbador.
No tardé en  percatarme, de que había alguien más allí. En el centro de la habitación, había dos pequeños en estado lamentable, desprovistos de vestimenta, tenían la cabeza calva, y estaban en seria desnutrición, al punto de que se le lograban ver las costillas. Eran pequeños, como de la edad de cinco años, y tenían las manos ensangrentadas, al igual que sus bocas, pues comían un pedazo de carne cruda y ensangrentada del piso. Me acerqué disimuladamente. No se lograban  percatar  mi presencia, pues estaban ocupados con el trozo de carne. En el muro frente mío, había una especie de ranura. Desde allí, observé a un tipo de cuerpo grueso y bestial, vestido como carnicero, que les arrojaba más pedazos de carne a los pequeños, como si estuviese alimentando a sus mascotas. Los hambrientos pequeños se lanzaban desesperados al trozo de carne, y sus labios se tenían de rojo. Pero quien les arrojaba las carnes, pronto se percató de mi presencia. Su rostro estaba cubierto por una tela negra, y me apuntó con su mano cubierta por un guante manchado en sangre, en forma de amenaza, luego desapareció de la ranura. Me acerqué a uno de los pequeños, y le acaricié la cabeza. Aún así no se percataban de yo estaba ahí, entonces salí de la habitación.

Continué avanzando por el estrecho pasillo, iluminado por los candelabros. El tipo gigante con ropas de carnicero ya había advertido mi presencia, y me imaginé que quizás podría haber más personas en el matadero, pero todo me resultaba muy raro. ¿Qué hacía esa gente allí? Si es que se le podía llamar así. Aquellos dos pequeños que había visto en la habitación anterior, parecían animales maltratados, además de que en su piel se podían distinguir severas heridas, como producidas por algún látigo y torturas. Al final del pasillo, llegué hasta un espacioso cuarto del matadero. El lugar parecía inmenso. Me dirigí a una ventana, y por allí observé los campos, donde se reunía a las reses, que serían ejecutadas. Pero como el lugar había sido cerrado hace meses, esos campos ahora yacían solitarios, bajo la noche. En el cuarto que me encontraba ahora, apareció nuevamente el gigante deforme, tras mío. Sostenía un inmenso garrote con clavos  ensangrentados. Diversas manchas de sangre también manchaban su uniforme blancos de carnicero. Su cara estaban desfiguradas, y su piel era similar a la piel de los muertos. Caminó hacía mí con su inmenso cuerpo, y sus ojos no tenían siquiera pupila, pero su rostro llevaban una expresión de infinita furia pero a su vez de alegría como de haberme visto.  Divisé una puerta, e ingresé por ella rápidamente, mientras escuchaba  su feroz  rugido. No tardó en aparecer tras de mí nuevamente, y comencé a correr por mi vida, por diversos pasillos y habitaciones iluminadas por los candelabros y velas, que parecían estar distribuidos a lo largo de todo el matadero. Vi infinidad de niños más, algunos asegurados con gruesas cadenas, alimentándose de trozos de carne podrida, amarillenta. Luego, me encontré sin salida en una habitación. El  gigante volvió a aparecer. Había unas tablas cubriendo la muralla, la cual parecía desgastada. De una patada, derribé las tablas junto con la muralla, y surgió un nuevo camino ante  mí, y aparecí en una inmensa habitación, con una larga mesa ubicada al centro. Y en los asientos, yacían varias siluetas cubiertas por capuchas rojas, y cuernos que emergían de sus cabezas. Sus rostros eran cráneos de cabras, y sus ojos eran  rojos, como la sangre. Llegó hasta mi mente, la imagen de Satanás, el macho cabrío. Apenas estuve frente a ellos, todos me contemplaron. Uno de ellos, que parecía el líder, pues llevaba una capucha y cuernos que destacaban más que los demás, se levantó violentamente, me señaló y exclamó furioso palabras en una lengua desconocida. Ante su orden, todos se abalanzaron contra mí. Y a mis espaldas, apareció otra vez el gigante. Me vi perdido. Me sujetaron, y a la fuerza me condujeron fuera de la habitación. Me condujeron por más pasillos desconocidos, y comenzaba a sentir terror, por primera vez, demostrándome a mí mismo mi naturaleza humana. Por los pasillos que me conducían, sobre las murallas de estos mismos, habían cuerpos de niños sacrificados, desprovistos de su piel, y desfigurados horriblemente. Algunos incluso desmembrados. Sentí pánico cuando oí una sierra emitir su estruendo, y también varios gritos infantiles de dolor. Pensé que había llegado mi hora. Que me habrían de ejecutar, de la peor forma que hubiera podido imaginar. Sin embargo, divisé una ventana que se venía acercando. Cuando pasé por el lado de la ventana, retenido por mis verdugos, sin pensarlo demasiado, rompí los vidrios con mi cabeza, y me lancé fuera, desprendiéndome de los brazos que me sujetaban fuertemente. Vi como el suelo se acercaba a mi rostro, y sentí un tremendo golpe. Después sangre por todos lados, y perdí el conocimiento.

Pero por instinto quizás, desperté justo cuando el gigante venía a buscarme. Me había roto la mandíbula, y me sangraba horriblemente, pero ya me encontraba fuera del matadero, en los campos. Corrí a todo lo que daban mis piernas, el gigante extrajo una escopeta, y me disparó en la pierna. Caí, pero aún así luché por mi vida. Corrí, y corrí, más rápido que nunca, desafiando mi propio cuerpo. Cuando ya no pude más, me detuve, y apenas podía respirar. Miré hacia atrás, y me percaté de que ya nadie me seguía. Pero no descansé ni cinco segundos, y continué avanzando, pues debía resguardar mi vida. Después de mucho escapar, me encontré en el lugar donde había empezado, donde estaban mis amigos. Ya nadie estaba allí, las botellas de alcohol estaban tiradas en el suelo. A lo lejos escuché más escopetazos. El gigante de la escopeta, caminaba amenazante, y apretaba firmemente en su mano, unos cordeles de los cuales colgaban cabezas, que reconocí espantado. Eran las cabezas de mis amigos, y llevaban aún la expresión de agonía. El gigante dio unos cuantos más escopetazos al aire, y me apuntó. Pero corrí con todas las fuerzas que me quedaban, y lo perdí, hasta llegar a la seguridad del pueblo, cuando ya daba el alba, para no volver nunca más a aquellos lugares…

-¡Fin!

-¡Tío, la historia ha estado genial! –exclamó una de mis pequeñas  sobrinas deslumbrada.
-Que increíble, la historia es como si fueses tu el protagonista…  camisas cojo por tu herida en la pierna…-exclamó la otra.
-Si, y vistes!, Todas las herramientas que tienes en tu cuarto secreto…al que nunca dejas que entremos a jugar…

Suspiro profundamente y le acarició la cabeza  a una de ellas.
-He dicho… Que increíble son ustedes... Que increíble son los niños de hoy en día…

Creo que ya saben mucho…
-Y  Tío… ¿Qué sucedió con el matadero?
La verdad  mis queridas niñas… es que hace tiempo dejo de existir, pero esta noche parece será su nueva apertura…


JB. 12/08/2011

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